Un niño de siete años, rubio como la Harp irlandesa, se acerca a una televisión del campo y se queda mirando el putt de eagle de Jon Rahm en el hoyo 14. El golfista de Barrika se prepara, apunta y dispara. Dentro. Diez metros. El niño arquea los ojos como si acabara de ver en persona a Buzz Lightyear y abre su boca con una O gigante como si fuera el icono del whatsapp. Podemos asegurar que ha alucinado.
Alucinó, claro, como todos los irlandeses que abarrotaron este domingo Portstewart (casi 20.000 y más de 90.000 en toda la semana) para vibrar con la majestuosa victoria de Jon Rahm en su torneo. Como alucinaron los patrocinadores. Como alucinaron los periodistas británicos. Como alucinaron los voluntarios, los chicos de la limpieza y hasta los bañistas que desafiaron a los 14 grados de Portstewart para zambullirse en el Atlántico. Es domingo y estamos en julio. Si no lo hacemos ahora, pensarán.
Hay un hilo invisible de respeto, admiración y cariño que une al golf irlandés y al español. Es un pueblo con pasión y se siente identificado con la manera de celebrar de Seve, la garra de Olazábal, el talento de Sergio o la agresividad de Jon. Todos ellos están ya en el palmarés de su torneo y ellos, los irlandeses, lo gritan orgullosos a los cuatro vientos.
Es la cultura de golf. No tienen ningún prejuicio para adoptar a un español como propio. Adoran este deporte, que también es un poco suyo, y les da lo mismo la bandera que lleve en su pasaporte el señor que está dando el golpe. Si es bueno, transmite entusiasmo y el público se lo pasa bien, será suyo para siempre.
Rahm ya es también un poco de Irlanda, sobre todo para aquellos que ayer mismo dejaban volar su imaginación pensando en el del Barrika en la Ryder Cup. “Nunca he sentido un apoyo como el de esta semana. Ha sido realmente alucinante. Aún no he jugado en España y estoy convencido de que será genial, pero os aseguro que se lo habéis puesto muy difícil, incluso jugando con Rory en los dos primeros días sentía el cariño enorme de la gente”, aseguraba ayer Jon emocionado durante la ceremonia de entrega del trofeo.
Irlanda nos da una lección. El deporte está, o debe estar, por encima de todo lo demás. En España nos cuenta animar o emocionarnos con alguien que no sea nuestro. Corre por el adn del aficionado español y, seguramente, jamás se podrá cambiar. Pero da mucha envidia comprobar como en otros lugares pueden disfrutar de 'uno de los otros' como si fuera de los suyos.
Quién sabe si aquel pequeño rubiejo de la tele jugará alguna vez al golf como profesional. En cualquier caso, si lo hace, no se extrañen que algún día asegure ante un micrófono que su ídolo fue Jon Rahm y que si jugó al golf fue después de ver su putt de eagle en el hoyo 14 del domingo del Open de Irlanda. Ellos son así.
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