El golf español está de enhorabuena. En apenas un mes de vida de este año 2017 ya sumamos dos victorias. Jon Rahm ganó el Farmers Insurance Open en el PGA Tour y Sergio García levantó ayer, como pudo, la gran Tetera árabe, el trofeo que lo acredita como fantástico campeón del Omega Dubai Desert Classic.
El golf español está de enhorabuena. En apenas un mes de vida de este año 2017 ya sumamos dos victorias. Jon Rahm ganó el Farmers Insurance Open en el PGA Tour y Sergio García levantó ayer, como pudo, la gran Tetera árabe, el trofeo que lo acredita como fantástico campeón del Omega Dubai Desert Classic. Hay razones más que poderosas para frotarse las manos con lo que se nos viene por delante.
Sin embargo, hoy toca detenerse en un detalle, pequeño, de trastienda, uno de esos que habitualmente pasan desapercibidos, pero que en el fondo encierran una extraordinaria lección asociada a los valores que transmite el golf.
Toca situarse en la bocana de salida del green del hoyo 18 del Emirates Golf Club. Se acerca el partido estelar formado por Sergio García, Henrik Stenson e Ian Poulter. El español tiene cuatro golpes de ventaja, por lo que la victoria es un hecho consumado. Es un paseo triunfal. Sergio tiene tiempo de disfrutar del momento, algo que no siempre ocurre. Saluda a los aficionados, sonríe y guiña un ojo a una bandera de España que se agita al viento de Dubai.
Pero el pequeño y asombroso detalle que les queremos contar hoy se está cociendo entre bambalinas. El túnel del hoyo 18 es un hervidero. Jugadores, amigos, caddies, patrocinadores, periodistas, fotógrafos, voluntarios, todos quieren asomarse a una especie de burladero verde desde donde se puede seguir la acción de los greenes del 18 y el 9. O igual no son todos...
Hay una persona que se mantiene discretamente en un segundo plano. Pocos saben tanto cómo él de cámaras y enfoques, pero precisamente para huir de ellos. Él no quiere salir en la foto. Nunca. Es el gran momento de su compañero, cliente y amigo y, precisamente por eso no está por la labor de robar ni un ápice de protagonismo. Llama la atención que Carlos Rodríguez, sin duda una de las personas más felices en esta tarde de Dubai, no se haya hecho ni un selfie barato con Sergio y el trofeo. Llama la atención ver una actitud así en un tiempo donde brillan más los oportunistas que tratan de ponerse en la foto cuando llega el éxito, braceando hasta donde haga falta, que aquellos que apuestan por la discreción de la parte de atrás. El mánager de Sergio deja una lección silenciosa.
La misma que deja la actitud de Glenn Murray, el eterno caddie sudafricano de Sergio García. Su cara durante las vueltas es como las de Miguel Induráin en sus mejores tiempos en el Tour de Francia. Nunca sabías lo que estaba pensando. Nunca sabías si iba sufriendo o disfrutando. Lo mismo sucede con Glenn. Si uno deja de ver la vuelta de golf y sólo se fija en su rostro será incapaz de saber si Sergio marcha -8 en el día con una vuelta sideral o si por el contrario está sufriendo un día de perros cargado de bogeys. Su vida no cambia por un birdie o un bogey. Ni tuerce el gesto ante un putt fallado ni saca el puño cuando su jugador pega el golpe del torneo.
Por eso, no sorprende que esta tarde, tras ganar con Sergio en Dubai desapareciera casi por arte de magia en mitad de la celebración. Se marchó a un lugar discreto, en privado, dejando al jefe toda la gloria. Es lo que toca. Lo tiene claro y lo asume con absoluta normalidad. Glenn no es sólo el caddie de Sergio, también es su amigo, por lo que ya habrá tiempo de celebrar como se merece en la intimidad. Ante los focos, García es el único y gran protagonista.
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