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Una convivencia modélica

Los campos de golf se están convirtiendo en refugio de fauna donde algunas especies han trasladado sus nidos por la tranquilidad y seguridad que les ofrece los recorridos de golf.

Zorro en acción

Jugar al golf es muy poco agresivo para la fauna, los golfistas pasean tranquilamente por el campo, sin ruido y sin perturbar la actividad de otros seres vivos que por allí moran. 
Desde siempre, el golf ha sellado una alianza de fuego con la naturaleza y muchas veces se presentan ocasiones particulares con animales en pleno juego.
En muchos campos de golf, esperar a que salga de la zona de juego uno o varios animales es algo frecuente, que lejos de ser molesto para cualquiera de las partes, es un aliciente más para los jugadores observar de cerca y sin dificultad a determinadas especies que de otra forma jamás verían.
Entre los lagos y ríos, entre la espadaña y las junqueras, es posible encontrar especies como el azulón, la focha, el porrón común, el zampullín y la gallineta, cernícalos y la perdiz roja. Y otros ejemplos como el águila real y la avutarda común, mamíferos, anfibios y reptiles.
Ardillas, liebres, conejos, innumerables especies menores de roedores y anfibios forman la cadena biológica que poco a poco se va asentando en el entorno del campo de golf y que ayuda a enriquecer el espacio.

Para la gran mayoría de deportes esta relación de incompatibilidad de presencia con el resto de los seres vivos es una realidad palpable. Suele ser un hecho inaudito que deportista y animal se crucen. Incluso en actividades tan “ecológicas” como el senderismo, los seres vivos con los que nos podamos tropezar no tienen la certeza de que aquellos transeúntes eventuales vayan a respetarlos, por lo que mantienen las distancias de seguridad.

De hecho, en los campos de golf se puede producir la situación contraria y ser el jugador el agredido bien por un pato que defiende su territorio cerca del lago, por un enjambre de abejas, ardillas juguetonas, tortugas, gaviotas y un sin fin de anécdotas animales.
Muchos de los recorridos madrileños han sido “visitados” por jabalíes, que han hozado a sus anchas por greenes y calles, pero han sido poco cuidadosos con las chuletas y piques que han dejado atrás.
Es un hecho comprobado que la presencia de muchas especies está decayendo en su ubicación natural como consecuencia de la pérdida o degradación de su hábitat natural, la presión que ejerce la caza y los efectos de los pesticidas agrícolas.
En este aspecto, los campos de golf pueden servir como importantes santuarios respetando la fauna y flora autóctona conviviendo en perfecta armonía.
Pese a todo la convivencia humana y animal en los campos de golf es una realidad.

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