Jordan Spieth aparece en mitad del bullicio. Hay muchísima gente. Nos situamos: justo pasada la tienda de merchandising, antes de llegar a la calle del hoyo 1 y a la derecha de la casa club. Es como la plaza mayor del Augusta National.
Jordan Spieth aparece en mitad del bullicio. Hay muchísima gente. Nos situamos: justo pasada la tienda de merchandising, antes de llegar a la calle del hoyo 1 y a la derecha de la casa club. Es como la plaza mayor del Augusta National. El punto de reunión. ¿Dónde quedamos? Pues allí. Se pueden hacer una idea de la cantidad de gente que había ayer a eso de las nueve de la mañana. Sólo la cola para entrar en la tienda tenía unas cuatrocientas personas.
El texano va corriendo, un trote rápido, para ser exactos. En Augusta no está permitido correr, pero al fin y al cabo es el Número Dos del mundo y tiene motivos para darse prisa. Llega tarde al tee del 1, donde le esperan para jugar la vuelta de prácticas Justin Thomas, Charl Schwartzel y Brandt Snedeker. No, Jordan no la típica persona a la que le gusta llegar tarde. Va solo. Sin su caddie, sin un chaqueta verde escoltándolo, sin un policía a su lado. Jamás vi así a Tiger Woods en Augusta. A Tiger en Augusta casi no lo ves, oculto entre kilos y kilos de músculo de seguridad. Pero Spieth no es Tiger. Recordemos que es el defensor del título.
Jordan corre también porque si no sería imposible llegar al tee del 1. No marcha entre cuerdas, sino en mitad del público. Imagínense la cantidad de autógrafos que le pedirían, fotos... Por suerte, en el Masters no hay selfies. Es imposible. Los móviles no están permitidos. Por cierto: ¿Por qué los selfies se hacen sólo con los móviles? No he visto a nadie con la típica cámara pequeña reflex haciendo un selfie... Eso lo dejamos para otro día.
Spieth corre tratando de no perder demasiado tiempo, pero llama poderosamente la atención un detalle. Un nuevo detalle que demuestra la humanidad y educación de este joven campeón de 22 años. A cada aficionado que lo llama por su nombre, Jordan se gira, lo saluda y lo mira fijamente durante dos o tres segundos. Es la pura normalidad. Alguien grita mi nombre y me doy la vuelta y lo miro por si lo conozco. Cuando ve que el rostro no es familiar pone la mejor de sus sonrisas, levanta la mano y sigue corriendo. La imagen impresiona. No es habitual ver a una mega estrella girarse cuando una masa de público grita su nombre.
Este es sólo un ejemplo de cómo es Spieth, un tipo al que cuando le preguntan por la cena de campeones, en la que ayer ejerció de anfitrión por primera vez en su vida, sirviendo la típica barbacoa Texas, asegura: “hoy es una noche en la que no hay que hablar mucho, sino escuchar”. Hay que ponerse de pie con este chico.
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