El golf puede ser un regalo, una cura, un escape en plena naturaleza y al aire libre. Pero jugar bien, qué quimera, qué ilusión.
El golf es la gran escuela de la humildad. Puede ser un juego aéreo, ligero, relajado, exuberante, divertido, en soledad o acompañado y siempre generoso en emoción. Pero también puede ser un juego ingrato si no le das un mínimo de actitud. El golf castiga y ridiculiza de tal manera que la actitud sufre auténticos descalabros. de un día bueno le siguen treinta malos.
En la entrada de un campo de golf de Florida, un cartel decía (tal vez en broma, o no): “Jugar al golf puede ser perjudicial para su salud mental”.
Es fácil sucumbir a las primeras de cambio por desdén. Lo más doloroso para el que falla es saber que podía no fallar el swing y el drama se repite: campos llenos de jugadores serios, abrumados por su incompetencia y tan cerca de la gloria…bastan dos bolas tocadas en la yema para sentir la emoción del golf, llegándose al enganche por puro placer.
A su vez, este deporte promueve no sólo la salud física, sino la fuerza moral y la auto superación. Supone un barrido de nuestro desasosiego mental, un antídoto a la preocupación y una llamada a la armonía.