Al golf hay que darle mucho y pasar por el aro constantemente. Lo verdaderamente importante es aprender a jugar en la incomodidad y el desencanto para hacer pocos golpes. Tocándola mal, fallando y sabiendo que seguirás fallando porque ese no es tu día.
Puede ser un juego aéreo, ligero, relajado, exuberante, divertido, en soledad o acompañado y siempre generoso en emoción. Pero también puede ser un juego ingrato si no le das un mínimo de actitud. El golf castiga y ridiculiza de tal manera que la actitud sufre auténticos descalabros.
Es fácil sucumbir a las primeras de cambio por desdén. Lo más doloroso para el que falla es saber que podía no fallar el swing y el drama se repite: campos llenos de jugadores serios, abrumados por su incompetencia y tan cerca de la gloria…bastan dos bolas tocadas en la yema para sentir la emoción del golf, llegándose al enganche por puro placer.
Cuando se falla un golpe, no es malo enfadarse y exteriorizarlo, siempre y cuando lleguemos calmados y concentrados al siguiente golpe. Si no es así, probablemente volvamos a fallar, encadenando enfado tras enfado...
Cuando te enfades, acuérdate de lo malo que eres y que para ser bueno de verdad o se empieza de niño o se vuelve al putting green.