Al golf se empieza jugando con el putt. Es el palo estrella, el más importante, el más personal de la bolsa de un golfista. Por algo será. La bola tiene un diámetro de 4,26 centímetros y el hoyo de 11,43 centímetros, es decir la bola no crece ni el hoyo encoge. Siempre miden lo mismo.
El 68% del juego se produce en el green y ningún otro aspecto del golf genera tantas conversaciones y dolores de cabeza como el putt. Muchos jugadores se han alejado de este deporte porque no pueden terminar los hoyos con la misma habilidad con que los empiezan.
En una vuelta perfecta, la mitad de los golpes contemplados se dan en el green con el fin de embocar la bola en el hoyo. A diferencia de los demás, la bola no se levanta del suelo. Por eso es tan importante practicar el putt. Y pasearse por el green es fundamental para sentir la textura de la hierba bajo tus pies, si está dura o blanda, seca o mojada.
En cada putt sólo hay dos posibilidades: embocar o fallar. Hay quienes afirman que el putt es una cuestión eminentemente mental, antes que física. Muchas veces, un putt no embocado se debe a una alineación defectuosa.
Patear bien cuesta en el cómputo de la puntuación tanto como un drive de 180 metros. Cuando te enfrentes a un putt de larga distancia, olvídate del hoyo, no intentes meterla. Haz lo contrario, tira a arrimar, sólo intenta dejarla cerca. Imagínate una circunferencia alrededor del hoyo e intenta meter tu bola dentro. De pronto te darás cuenta de que, sin quererlo, entran muchos más putts que antes. Y tus futuras vueltas te lo agradecerán.