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Cuando Escocia prohibió el golf

Hoy resulta casi cómico imaginarlo, pero Escocia, la cuna del golf, se rebeló contra su propia creación.

Panorámica de un campo de golf escocés

A lo largo de los siglos, la práctica de este deporte fue declarada ilegal en varias ocasiones. ¿La razón? El golf era una amenaza existencial para la nación.

Todo comenzó en 1457, bajo el reinado de Jacobo II de Escocia. El monarca, presionado por la nobleza, observaba con creciente alarma cómo el golf (junto con el fútbol) seducía a los jóvenes, distrayéndolos de su deber más vital: la práctica del tiro con arco, esencial para las constantes batallas contra Inglaterra.

Por ello, el monarca decretó una ley que ordenaba que fueran perseguidos y castigados los que practicaran este deporte. Para reforzar el mandato, se obligó a todas las parroquias a instalar blancos de tiro y a organizar torneos de arquería regionales. Así, mientras el tiro con arco era fomentado, los golfistas se convertían en forajidos.

Esta prohibición no fue un capricho pasajero, duró casi medio siglo. Fue ratificada en 1471 por Jacobo III y de nuevo en 1491 por Jacobo IV, prueba irrefutable de que, pese a la amenaza de castigos, la fama del nuevo deporte seguía creciendo en la clandestinidad.

El golf sólo obtuvo la amnistía real con la firma de la "Paz Perpetua" con Inglaterra en 1502. El Rey Jacobo IV derogó la ley e incluso él mismo se convirtió en un fanático confeso del golf.

La alegría de la legalidad duró poco. La Iglesia, tan poderosa como la Corona, no toleraba que el juego interfiriera con la fe y no quería que se jugara los días de misa. El golf fue prohibido nuevamente en muchas ciudades, siendo calificado como un “divertimento insustancial” durante los domingos.

El desafío era real: en 1593, dos jugadores, John Henrie y Pat Rogie, fueron encarcelados por jugar en Leith Links durante los oficios. En 1618, otro rey aficionado al deporte, Jacobo VI, intentó mediar ordenando que se permitiera jugar fuera del horario de misa. Sin embargo, la tolerancia real fue insuficiente ante la rigidez eclesiástica. La Iglesia no vio con buenos ojos la tolerancia real, pues muchos seguían siendo sorprendidos practicando en horario del culto.

Los registros eclesiásticos están repletos de castigos:

Las dos primeras veces eran en dinero y si se repetían debían mostrar público arrepentimiento de sus actos y, en última instancia, venía la excomulgación.

El derecho a jugar los domingos fue una lucha larga. No fue hasta 1898 cuando el club de Panmure presentó la primera moción formal para jugar sin restricciones. Tardaría más de dos décadas en materializarse: la moción fue aprobada en 1925.

No obstante, la tradición tiene la última palabra. El mítico Old Course de St. Andrews, el corazón espiritual del golf, se ha mantenido firme y, con excepción de las veces que acoge The Open, aún permanece cerrado cada domingo, honrando siglos de historia, prohibiciones y la eterna devoción al deporte.

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